domingo, 6 de julio de 2008

Las Raices Del Vampirismo

El conde Drácula continúa manteniendo a su público en un estado de horrorizada semicredulidad. Pero sea cual sea la verdad de la leyenda de los vampiros, su origen radica en una serie de hechos bastante simples.
Cada noche, cuando bajaba el telón tras la representación de Drácula en su primera versión teatral (1924), el actor-director que interpretaba el papel de Van Helsing aparecía delante del telón para tranquilizar al público: ¡Un momento, damas y caballeros! Una palabra antes de que se marchen. Esperamos que el recuerdo de Drácula no les cause pesadillas, de modo que he aquí unas palabras para tranquilizarles. Cuando estén en su casa, esta noche, y hayan apagado las luces, y sientan miedo de mirar detrás de las cortinas, y teman ver que una cara aparece en la ventana... bueno, ¡tranquilícense! Y recuerden que, al fin y al cabo, ¡esas cosas sí existen!Era el parlamento final perfecto. El público, gran parte del cual lo constituían lectores de novelas de vampiros -muy en boga por aquel entonces-, había pasado la velada estremecido ante la historia irresistible del «mayor de los vampiros»: Drácula. Su creador, el productor teatral Bram Stoker, sabía instintivamente que su historia provocaba un eco en lo más profundo del inconsciente colectivo del público. Drácula fue un best-seller y un éxito de taquilla; eso significaba que interesaba a las masas. Y aún hoy la historia del conde vampiro sigue interesando. ¿Por qué?Como explicó el actor Christopher Lee, Drácula atrae en parte porque es una figura sobrehumana, un inmortal cuya aterradora presencia es también sexualmente irresistible. Los psicólogos subrayan la clara atracción que surge entre el vampiro sádico y dominante y la víctima sumisa y masoquista. Pero, sea cual sea la jerga que se emplee, Drácula es más fascinante que el atávico hombre-lobo o que el escurridizo fantasma.Pero, a pesar de su popularidad en los medios de comunicación de masas, el vampiro no debe ser considerado como un mero artificio escénico, emocionante durante la función pero que después se olvida pronto; los vampiros deben ser tomados en serio. Existen muchísimos documentos en el este de Europa, correspondientes al siglo XVIII, que afirman que los «no muertos» son reales. De modo que, ¿existen?Como en muchos otros fenómenos paranormales, hay que agotar todas las posibles explicaciones racionales antes de abordar una explicación «sobrenatural». Y en el caso de la «epidemia de vampiros» que ocurrió hace doscientos años, hay varias explicaciones donde elegir.Por ejemplo, el escritor ocultista británico Dennis Wheatley ha señalado que antiguamente, en tiempos en que se pasaban grandes privaciones, los mendigos entraban en los cementerios y dormían en los mausoleos durante el día, saliendo de noche a buscar comida: pálidos, flacos, saliendo de tumbas en la oscuridad, no es raro que se les tomara por los legendarios y terribles vampiros.
Sin embargo, ese tipo de confusión no explica los verdaderos casos de cadáveres que fueron hallados incorruptos cuando se abrieron sus ataúdes. Éste es un fenómeno poco frecuente, pero conocido y se han sugerido varios argumentos «naturales» para explicar sus causas. Ciertamente, las características del terreno en que se entierra un cadáver puede implicar enormes diferencias, por ejemplo, en el ritmo de la descomposición. En la isla volcánica de Santorin (Grecia), por ejemplo, los cadáveres se encuentran tan intactos al cabo de los años, que un dicho popular de la zona habla de «mandar vampiros a Santorin», igual que en castellano se habla de «ir a Escocia y llevarse el bacalao», refiriéndose a una actividad redundante e inútil.Pero, sin duda, la más convincente de las explicaciones naturales es la del entierro prematuro. El coma, la catalepsia y otros estados similares a la muerte llenan todavía de estupor a nuestros contemporáneos; no se podía exigir a los campesinos supersticiosos de hace varios siglos que los comprendieran.¿Cuántos desgraciados habrán despertado dentro de un féretro, bajo unos metros de tierra o, quizá, tras lograr salir del ataúd, se habrán encontrado encerrados en el mausoleo familiar, donde habrán muerto de hambre, sed y pánico?
Terror Más Allá De La Tumba

Los entierros prematuros eran cosa relativamente común. Se dice que cuando se estaba demoliendo un cementerio del siglo XVIII para construir un aparcamiento, un tercio de los cadáveres que desplazó la excavadora mostraban signos de haber luchado dentro de sus féretros; entre las pruebas de ello figuraban dedos rotos al intentar forzar el cierre en la definitiva agonía, manos que salían del ataúd, sangre en las mortajas -cuando el «cadáver» había mordido su propia carne a causa del ahogo o la locura-... Y era precisamente la presencia de la sangre en un cadáver exhumado lo que se consideraba, con frecuencia, una prueba de que esa persona era un vampiro.Pero si se rumoreaba que un muerto reciente era un vampiro (quizá se habían escuchado débiles sonidos que emanaban de la tumba), los aterrorizados «testigos» tomaban las medidas tradicionales. Y si el corazón del «cadáver» latía, había que clavarle una estaca. Con razón existen tantos relatos de supuestos vampiros que gritaban con todas sus fuerzas cuando se les hundía una estaca en el corazón.Charlotte Stoker solía contar al pequeño Bram una terrible historia acerca de una de las víctimas de una epidemia de cólera que se había abatido sobre Dublín. Una mujer, a quien se creyó muerta, fue arrojada al montón de cadáveres, dentro del pozo de cal. Pero su desesperado marido, que fue a recuperar el cadáver para enterrarla decentemente, descubrió que aún respiraba. Vivió felizmente muchos años después de su terrible experiencia. Pero si se hubiera recuperado por sí sola y alguien la hubiese visto salir tambaleándose del pozo por la noche, fácilmente hubiera sido confundida con un «no muerto».De tanto en tanto, los periódicos modernos publican noticias de personas, cuya muerte había sido certificada, que vuelven a la vida sobre la mesa de mármol de la morgue o cuando están siendo preparados para el entierro. En estos tiempos de cirugía de «recambios», la controversia acerca del instante exacto de la muerte se plantea más que en ningún otro momento de la historia. Pero en el siglo pasado ya se conocía la posibilidad del entierro prematuro; algunas personas de aquella época estaban incluso obsesionados con la idea. Edgar Allan Poe basó varios de sus cuentos en este tema, y tanto en los Estados Unidos como en Europa se registraron patentes de féretros con timbres de alarma o con suministro de aire de emergencia.Los entierros prematuros pueden haber ocurrido, con frecuencia, porque las varias etapas del rigor mortis no son bien comprendidas. Los músculos de un cadáver comienzan a ponerse rígidos, empezando por la cara y el cuello, alrededor de una hora y media después de la muerte. Esto puede adelantarse o atrasarse en función de la temperatura ambiente. El rigor mortis desaparece aproximadamente 36 horas después; los músculos pierden su extremada rigidez y el cuerpo queda relativamente flexible.Ésta bien podría ser la explicación de un suceso acaecido en 1974 en el valle de Curtes de Arges, Rumania: acababa de morir un viejo gitano, y cuando la familia se disponía a preparar el cuerpo del difunto para el entierro, se descubrió que los miembros estaban extrañamente flexibles, no rígidos. La noticia corrió por el pueblo como un reguero de pólvora, y en aquellos lugares eso sólo podía tener un significado: el anciano se había transformado en vampiro. Se le clavó una estaca en el corazón y los aldeanos sintieron satisfacción y alivio. Pero quizá -a no ser que se tratara simplemente de un caso de rigor mortis extremadamente breve- el anciano todavía estaba vivo.Existe también una explicación lógica para el extendido empleo del ajo para ahuyentar a los vampiros. La peste era transportada muchas veces por las moscas, y se observó que ciertas granjas no la padecían si colgaban ajos. No se trataba de magia: los dientes de ajo exudan gotas de humedad que las moscas detestan. El ajo, ingerido por el hombre, constituye también un antiséptico natural, un depurativo de la sangre.Los vampiros también sirvieron de cabezas de turco en ciertas comunidades rurales cuando los animales se debilitaban o morían. En la actualidad, el veterinario administraría una dosis de antibióticos o un suplemento vitamínico y todo iría bien... en la mayoría de los casos. Con todo, aparecen enfermedades misteriosas y mutilaciones de ganado y otros animales, pero ahora los inculpados más frecuentes son los tripulantes hostiles de OVNIS.

Chupasangres Demoníacos

Puede ser que existan explicaciones lógicas y hasta frívolas para 99 de cada cien casos de supuesto vampirismo, pero es el caso número cien el que intriga al investigador. Durante muchos años, los ocultistas han creído en la existencia de materializaciones demoníacas que chupan sangre. La practicante ocultista Dion Fortune (cuyo verdadero nombre era Violet Firth) crecía que el «cuerpo astral» puede escapar del cuerpo de una persona viviente y asumir otra forma, como la de un pájaro, animal o vampiro.Dion Fortune citaba el caso de soldados húngaros muertos que se transformaban en vampiros durante la primera guerra mundial, manteniéndose en el «doble etérico» -o sea, a mitad de camino entre este mundo y el próximo-, si vampirizaba a los heridos. Se cree que el vampirismo es contagioso; la persona que es vampirizada, al perder su vitalidad, se transforma en un vacío psíquico que, a su vez, absorbe la «fuerza vital» de su presa.Por otra parte, la investigación psíquica no estudia creencias, sino hechos comprobados. Uno de los fenómenos preferidos de los investigadores de lo paranormal es, por ejemplo, el de los poltergeist y un fenómeno vinculado con él parece ser el del atacante invisible. En 1926 aparecieron marcas de arañazos en la cara de una víctima de poltergeist rumana, Eleonore Zugun. Y en 1960 un tal Jimmy De Bruin, granjero sudafricano de veinte años, se transformó en el foco de un torrente de actividad poltergeist; en una ocasión, un oficial de policía que investigaba el caso oyó a De Bruin gritar de dolor mientras aparecían unos cortes espontáneamente en sus piernas y en su pecho.Otras zonas de lo paranormal incluyen también la aparición espontánea de heridas de sangre, como las imágenes que sangran o los estigmas. Pero éstos están considerados como fenómenos «sagrados», mientras que el vampirismo se considera generalmente «diabólico». Bien podría ser que estos fenómenos fueran distintas caras de la misma moneda, urca buena y una mala. Quizá todo los fenómenos inexplicados emanen de la misma fuente que no es moral ni inmoral, sino inusual. Pero hasta que la descubramos, podemos continuar estremeciéndonos ante la última historia de vampiros y considerando la cuestión: ¿existen esos seres?....


...Continuara

miércoles, 25 de junio de 2008

LA LICANTROPÍA

Hoy en nustro ricón esotérico habalremos acerca de la licantropía. ¿A quién les hacer recordar?. Si!. A nuestro queridísimo amigo Jacob Black... Pero: ¿De donde surge la leyenda?, ¿Cuál es su origen o atecendentes?, ¿En que consiste?. Todo esto y mucho más en el siguiente informe...

Las leyendas de la metamorfosis de un hombre en lobo existen desde la más remota antigüedad, y sus orígenes y fuentes se pierden en la noche de los tiempos.
En esta oscuridad nace el mito, cuyas características son en cierto modo incongruentes, aún para esa lógica poética que llamamos mito. Dentro de esa hermosa visión del horror, se destacan, al menos para mí, la proyección de rasgos humanos y a la vez bestiales. Lo lógico, la respuesta natural ante los horrores que esconde la vida rústica, sería imaginar a los temidos depredadores naturales como vehículo catalizador del mito, sin embargo la laberíntica mente humana eligió evocar sus pesadillas a través de la piel de un hombre, cambiado en lobo mediante determinadas circunstancias que varían según la latitud del mito, pero que siempre mantienen un rasgo común: el verdadero enemigo no es el lobo, sino el hombre que lo encarna.
Los primitivos habitantes que arribaron a europa encontraron un medio hostil, de bosques y pantanos; pero el lobo ya era conocido por ellos. Las oleadas migratorias de indoeuropeos traían consigo la palabra que los designaba, y su raíz no ha cambiado hasta el día de hoy: Vrika, Lycos, Lupus, Vulf, Wilf, Irfus, Wolf, Lobo. Todas estas variantes tienen un tallo común, el vocablo indoeuropeo, Vrik, que designaba a los lobos en general.
No se necesitó mucha imaginación para dotar al lobo de astucia, fuerza, e inteligencia, ya que estas virtudes le son inherentes, y posiblemente allí radique el temor ancestral que los lobos siempre han despertado en el hombre.
El antecesor del mito del hombre lobo es Lycaón, aquel desdichado rey de Arcadia. El mito es recogido por Pausanias, Platón y Ovidio, entre otros tantos. Lycaón era hijo de Pelasgo, o de Titán, y de la Tierra; fue el padre fundador y primer rey de la ciudad de Licasura, erigiendo un altar en el monte Liceo en honor a Zeus Tonante. Sin embargo, cometió la imprudencia de querer engañar a los dioses, invitándolos a un banquete en el que hizo servir la carne de su propio hijo disimulada en una especie de guiso. La herejía fue desenmascarada, aunque es de caballeros confesar que al menos Demeter alcanzó a degustar el insólito manjar, y Zeus condenó a Lycaón y a toda su estirpe a convertirse en lobos.
De esta leyenda nace la tradición del hombre lobo. Lycaón es una deformación de la palabra griega lykhos, “lobo”; que con el tiempo terminaría por designar a todos los hombres lobo mediante la palabra compuesta "licántropo" (lykhos, “lobo”, anthropos, “hombre”).
Muchos estudiosos afirman que la leyenda de la transformación en lobo durante la luna llena es una adición medieval, pero no es así. Ya Plinio el Viejo, en su Historia Natural, nos narra la historia del hechicero Domaco, quien por haber cometido antropofagia fue condenado a convertirse en lobo durante las noches de luna llena.
El mito del hombre lobo floreció en toda la literatura antigua; incluso tiene una breve aparición en el Satiricón. Allí, en el capítulo XLII. uno de sus pícaros protagonistas, llamado Nirceo, nos relata cómo unos de los soldados se aproximaba al cementerio durante la luna llena, se despojaba de sus ropas dejándolas sobre una tumba, orinaba sobre ellas, y luego se convertía en un feroz y enorme lobo negro. Así concluye Petronio la historia del licántropo en boca de Nirceo.
...comprendí entonces que era el lobo del que me había hablado Melisa, y a partir de entonces me habría dejado matar antes que comer un trozo de pan en su compañía. Los que no me conozcan, y crean que miento, allá con su juicio, pero que me ahoguen los genios tutelares de esta casa si lo que he dicho es falso...
Ahora bien, no sólo la antigüedad clásica conoció a los hombres lobo, de hecho, el concepto de metamorfosis estaba muy ligada a la mentalidad nórdica, cuyas divinidades solían adquirir la forma de osos y lobos para mostrarse ante los humanos. Este tipo de transformaciones fueron luego adoptadas por la gente de los Balcanes. Muchas de estas leyendas estaban basadas en hechos reales, incluso muchas fueron tomadas en serio por intelectuales de la talla de Plinio, Estrabón, Dionisio, Virgilio, Varrón, San Agustín, San Jerónimo, Santo Tomás de Aquino, Paracelso, etc.

Algunas Leyendas.

Una de las leyendas de hombres lobo provenientes de los Balcanes, asegura que si un hombre bebe en las mismas aguas en las que recientemente haya abrevado un lobo, puede transformarse en licántropo.
En Irlanda se creía que si un fraile era excesivamente severo con sus fieles durante la víspera de Pascuas, estos seguramente se convertirían en lobos. Incluso el célebre San Patricio maldijo a un clan irlandés por su falta de fe, por lo que todos sus miembros se convirtieron en lobos en un plazo de siete años.
Algunas leyendas españolas mencionan que las brujas locales tenían una particular facilidad para convertirse en lobas, y se afirmaba que si una de estas damas observaba fijamente a un infante, éste también pertenecería al selecto clan de licántropos.
En italia eran menos complicados en cuanto a las posibilidades de transformación, ya que sólo bastaba haber sido concebido durante el plenilunio, o dormir a la intemperie durante los viernes bajo la luz de la luna para pertenecer a la familia de los licántropos.
El hombre lobo podía adquirir varias formas, a veces adoptaba la figura de un lobo negro de enormes dimensiones, o también como un ser de forma humana, pero excesivamente velludo y de profundos ojos rojos. Esta última forma es la que supo tener más representaciones ilustrativas en los grimorios.
Los hombres lobo de la edad media atacaban directamente al cuello, y consumían la carne cruda, aunque no los órganos, sino sólo los músculos y la piel.
En general, se pensaba que las brujas podían convertirse en lobas mediante el empleo de ciertas capas con propiedades mágicas. Esta creencia también logró una especie de metamorfosis, ya que con el tiempo se convirtió en arte. En la fantástica obra de Goya, El vuelo de las brujas, puede verse a una hechicera bajo un manto, momentos antes de adoptar la forma de una loba para acudir al aquelarre.
Durante el apogeo de la Santa Inquisición, no era necesario contemplar a un hombre lobo para detectarlo, ya que existían señales muy precisas para comprobar si un hombre cambiaba su forma durante las noches.
Algunos de los “síntomas” que se atribuían a la licantropía eran los siguientes:
Renguera, inflamación del rostro, insensibilidad ante la picadura de insectos, utilización de palabras cuya semántica era sospechosa, insensibilidad ante las punzadas aplicadas por los piadosos inquisidores, etc. Estas eran algunas de las excusas para torturar a los acusados de licantropía, pero quizás la más famosa de todas era la llamada “Clamores de vientre”.
En Italia, durante el siglo XVI, se pensaba que a los hombres lobo cuando adoptaban la forma humana, ocultaban su exceso de pelo en el interior del cuerpo, es decir, el hirsuto y negro pelaje crecía hacia adentro durante el día para brotar durante la metamorfosis. Existen varias referencias a los pobres diablos que cayeron bajo las garras de esta creencia, quienes eran escaldados por el clero para probar las irrisorias acusaciones de licantropía.
Los procedimientos y procesos contra los hombres lobo son variados y muy numerosos, y los remedios para combatirlos son tantos que sería imposible describirlos a todos, por lo que sólo daremos cuenta de los más célebres, lo que no quiere decir que sean los menos absurdos.
En Francia se creía que el único modo de matar a un hombre lobo era extraerle tres gotas de sangre; tarea que seguramente es más complicada que inverosímil. Por si la dificultad fuese de por sí escasa, la tradición quiere que la extracción de las tres gotas tenga lugar durante la metamorfosis.
En los Balcanes fueron más prudentes en este sentido, ya que bastaba con darle al licántropo una infusión de acónito (una planta medicinal) para eliminarlo.
Para aquellos fundamentalistas de la tradición, les advertimos que la creencia en las balas de plata como medio de matar a un hombre lobo, se remonta precisamente a la época en que las balas fueron inventadas. Mi búsqueda de casos de leyendas de licántropos eliminados mediante el disparo de balas de plata anteriores a la invención de la pólvora, han dado resultados negativos.
Aclaramos que no sólo basta una bala de plata para matar a un hombre lobo. El asunto es un poco más complicado, ya que la bala debe estar confeccionada con la plata de algún objeto religioso o sagrado, y luego santificada por un clérigo o leguleyo.
La leyenda es tan conocida que no nos creemos capaces de aportar nada nuevo, de hecho, sólo hemos recopilado información sin sacar ninguna conclusión personal. Para que no se nos acuse de tibieza patológica, haremos una pequeña aportación al debate, algo esquiva si se quiere, pero que no deja de ser original:
Los hombres lobo no existen, es decir, no existe en ninguna leyenda la combinación de ambas naturalezas, jamás leeremos que un licántropo puede hablar, ni razonar, ni amar; tampoco veremos a un hombre con características lobunas, ya que de tenerlas sería un lobo y no un hombre. Existen los lobos y existen los hombres, y la leyenda sólo tiene sustancia durante ese breve instante de la metamorfosis, en esos escasos segundos en los que se confunden dos naturalezas; en donde dos esencias se balancean sin imponerse una a la otra. Sólo en esos efímeros momentos podemos hablar de un ser que es parte hombre y parte lobo.
Arriesgo otra hipótesis: todos padecemos una metamorfosis diaria, todos los días nos transformamos en un ser que no somos, y del que no tenemos conciencia de sus actos, aunque posea nuestros rostros y sea animado por nuestros corazones. De hecho, en unos instantes, cuando termine este artículo (que ya no sé de qué habla), me transformaré en otro y a la vez seguiré siendo yo: seré ese tipo que convive conmigo en otra realidad, aunque jamás nos crucemos ni un instante, en resumen, seré esa inconcebible abstracción que es cuando duermo.